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06/11/14
Para el recuerdo, Franz Froch: “Los argentinos son buenos para hacer las cosas al revés”
Aunque agradecido por la buena recepción de este país, supo tener una visión crítica. Inmigrante austríaco, trabajador, viajero empedernido y fotógrafo. Murió a los 98 años, y vivíó en Mercedes y Suipacha. Un diálogo con “Francisco”.



 

De él se dijeron muchas cosas. Casi todos los mercedinos lo conocían. Franz Froch llegó a la Argentina en 1926, y toda su vida creyó que los argentinos “son muy buenos para hacer las cosas al revés”, según sus palabras, aunque siempre fue un agradecido de esta tierra que lo recibió de buen gusto, en el período entre guerras.

De múltiples oficios y luego devenido fotógrafo, fue corresponsal del diario Noticias Gráficas durante 25 años (desde 1938 hasta 1963, en que la publicación desapareció). Vivió en el sur, en Córdoba, Buenos Aires, Giles y Mercedes, entre otras ciudades. Y pasó sus últimos días, en 1999, en un geriátrico de la vecina localidad de Suipacha.

A continuación, parte de un extenso diálogo mantenido en un bar el 3 de diciembre de 1997, cuando tenía 97 años y aún recorría las calles de la ciudad de Mercedes con su valija y su cámara de fotos. En ese tiempo aún jugaba al ajedrez, y llevaba un cartelito pegado a su valija que rezaba “Franz Froch entró en la 5º dimensión”. Y es precisamente de su profesión que comienza hablando, para remontarse luego a su vida en Austria y su llegada a la Argentina:

“Siendo fotógrafo he tenido mucho reconocimiento. E inclusive me causó risa y aún hoy recuerdo un día que yo estaba en el Hotel Mercedes, y al mediodía vino una persona de Pergamino con dos chicos y me saludó. Era una de las tres chicas que había fotografiado en Coronel Suárez hace muchos años, nietas del hombre más rico de la ciudad, que recuerdo que no les daba plata para pagar las fotografías. Y ella cuando me vio me dijo: ‘¿Cómo le va sandalia?’. Era un apodo que me había puesto ella. Me conocían más por sandalia que por mi nombre.”

–¿Por qué le decían sandalia?

–Algún motivo en la vida que había...

–¿Usted lo sabía?

–Ya no me acuerdo. Creo que porque yo usaba unas sandalias que me apretaban y no me las podía sacar. Bueno, y yo luego la invité a comer a ella y a los chicos. Charlamos de lo amigos que éramos. Me dijo que se había casado y tenía dos o tres chicos.

–¿Le parece que el trabajo que usted realizó durante su vida lo ha beneficiado para estar hasta esta edad aún jugando al ajedrez?

–Ha sido fantástico. El otro día estuve en Giles, en el aniversario del pueblo. Y me encontré con varias abuelas que estaban emocionadas porque les había sacado fotos cuando eran señoritas. Gané mucho con esto.

PERSONAJE. A los 97 jugaba al ajedrez, y llevaba un cartelito pegado a su valija que rezaba “Franz Froch entró en la 5º dimensión”.

–¿En qué ciudades vivió?

–En un montón porque cuando vine no sabía donde quedarme y comencé a andar.

–¿De qué ciudad viene?

–(Dice una palabra ininteligible en otro idioma) Quiere decir en castellano “pradera verde”. El pueblo mío es uno de los puntos más hermosos de Europa, en los Alpes. Había montañas. (Saca una foto muy vieja de su valija, en la que se ve una casa) Es una ciudad muy turística todo el año. Cuando era chico recuerdo que venían a cazar venados y otros animales de caza mayor. Venían millonarios de Alemania, políticos de Francia y aristócratas de Inglaterra, que conmigo se divertían mucho. Había un alemán que tenía un apellido polaco, que vivía en la casa de mis abuelos, en un chalet en las montañas, y cuando el tiempo era malo no iba a cazar y se quedaba conmigo y me enseñaba gimnasia. También a tirar el arco. Y una vez me trajo un cajón de chocolates para mí solo, porque tenía tres fábricas de chocolate.

–¿Y usted se lo comió todo solo?

–No. Yo le di a los demás, pero el regalo estaba dirigido a mí. Y un político francés de apellido Plumb, que era muy conocido, también venía a cazar y a pasar la temporada en el chalet. Este me trajo un cortaplumas con muchas hojas, de muy buena calidad.

–¿Para venir a la Argentina en qué llegó?

–En un barco alemán desde Hamburgo. Era un buen barco.

–¿Salían muchos barcos para América?

–Sí. Ya lo creo. En aquel tiempo hubo una gran industria e inmigración. A la Argentina vinieron de 120 a 130 mil inmigrantes de las guerras, gente trabajadora. Era muy bueno porque cuando llegamos estuvimos con la gente del gobierno.

–¿Y se quedó en Buenos Aires?

–No. Fui al sur de Bahía Blanca, a Mayor Buratovich, un pueblo cercano. Estuvimos en una chacra, cortando árboles y raíces para preparar un campo para sembrar. No estuve mucho tiempo ahí.

–¿Ese fue su primer trabajo en Argentina?

–Eso es. Preparaba un campo. Ahí había episodios un poco graciosos, según como uno los viera. Por ejemplo un día nos tocaba bañar a las ovejas, porque lo principal que tenían ahí eran ovejas. Y a mí no me gustó ese trabajo, porque había que meterse en el agua. Eso no hacía juego conmigo entonces yo decidí hacerme el enfermo. Dejaba caer las cosas. Recién había aprendido el castellano.

FILOSOFÍA. “El mayor orgullo que yo tengo es que en el primer trabajo que hice en la Argentina quedaron conformes conmigo.

–¿Usted se hacía el enfermo? Aprendió enseguida de los argentinos...

–Sí, ja, ja. Lo aprendí rápido. (Se ríe) Entonces yo hacía como si me faltara algo. Al rato el patrón me preguntó qué me pasaba. “Me duele”, le dije. “Me duele acá”. “Bueno”, me dijo, “andate a casa que te preparen un té y te metés en la cama”. Yo me fui, tomé el te, y a los dos días ya me había preguntado cuánto tiempo me iba a durar el dolor. “Y mañana, o pasado”, le dije. Entonces a los dos días, cuando había terminado el asunto de los baños de las ovejas, yo ya estaba sano otra vez.

–¿Y luego?

–El patrón me tenía un gran aprecio porque yo sabía manejar muy bien el hacha, y resulta que un día se paró el molino, fallaba. Nadie sabía qué tenía y me preguntaron a mí. Yo en la mecánica no era una luz. Mi hermano en cambio a los dos o tres años, durante la Primera Guerra Mundial, era capaz de desarmar la bicicleta de nuestro padre que estaba en la guerra y armarla de vuelta sin que le sobrara ninguna pieza.

–Le gustaba la mecánica y a usted no.

–No es que no me gustaba, simplemente no tenía habilidad. Entonces cuando me preguntaron por el molino yo pensaba que no sabía nada. Pero empecé a revisar una y otra parte y de repente me parecía que podía haber una tuerca floja y acerté. Así fue que se armó mi fama de sabio.

–Salvador, héroe...

–Sí. Eso es (se ríe). Cada vez que había un problema me llamaban a mí. Pero yo no era bueno para la mecánica. Después pensé ir a Buenos Aires para buscar a mi hermano, que hacía varios meses que no lo veía. Entonces el patrón me dio la mano y me dijo que si algún día me iba mal que vuelva, que allí tenía un hogar. El orgullo mío es que en el primer trabajo que hice en el país quedaron conformes conmigo.

–¿Y luego se fue a Buenos Aires?

–En el 27. A buscar a mi hermano. Y no es un cuento, pero mi hermano tenía que escribirme para encontrarme y no lo hizo. Nos desencontramos, y yo era un novato en Buenos Aires. Vivía a ocho cuadras de la Plaza de Mayo, en San Telmo, y un día iba por la calle Defensa, llegando hasta Moreno y de repente se me vino la imagen de mi hermano a la cabeza, y en la esquina me lo encontré. El estaba buscándome también.

–Lo encontró de casualidad.

–Uno diría de casualidad, pero son ondas. Es imposible que entre millones de millones de posibilidades se encuentre con uno de casualidad. Simplemente son ondas que van de una a otra persona. Nos pasó dos veces, más adelante nos encontramos en Córdoba.

Quizás ahora se hayan encontrado una vez más en el cielo, no tan de casualidad. O quizás Franz ya esté en el siglo XXI, en “la 5º dimensión”, y seamos nosotros los que nos quedemos aquí. Pero lo que es cierto, es que este hombre sin dudas fue todo un récord de vida.


Reportaje por Cristian Falabella. Publicado originalmente a poco de su muerte en noviembre de 1999 en el Semanario “El Nuevo Cronista”. Fotos de Karina Vola

 

 

 

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