El señor Derroche y la señora Contaminación se encuentran de eterna luna de miel en la ciudad de Mercedes, y en un paseo por la intersección de la calle 30 bis y la ruta 41 se los puede ver muy unidos y no se sonrojan, simplemente van hacia el río Luján –su destino final, o vaya a saber uno cuál, qué pícaros son, a veces se esconden– luego de emerger con pureza de las napas, como agua cristalina y prácticamente potable, y pasar por procesos industriales que amalgaman químicos de nombres irreproducibles o temibles, quizás para producir alimentos incluso.

La historia de esta pareja, su noviazgo, lleva años en la ciudad. Ellos han ido de la mano delante de toda la gente y nadie les ha dicho nada. Por eso se sienten libres y han crecido mucho, tienen lugares reservados para ellos y nadie más. Se los ve felices.

Cuentan con la bendición del poder de turno y se acostumbra verlos tan juntitos que hasta parecería extraño algún día si uno de ellos se despega del otro o ya no están unidos. Son tal para cual.

En tanto ellos siguen enamorados y su romance continúa, millones de litros de agua –un bien indispensable para la vida– son extraídos de las profundidades de la tierra para ser usados y devueltos sucios con materia de todo tipo, a su paso hacia el cauce de agua al que son devueltos cada día, por distintos canales artificiales practicados de manera antinatural.

Cierto es que hay otros paraísos para ellos, pero Mercedes, la ciudad en que Derroche y Contaminación van de la mano, tiene muchas industrias que utilizan sin control alguno los recursos naturales para su trabajo, y las consecuencias de estas prácticas nada sustentables están claras. Sin embargo, como en un cuento de fantasía, pareciera que nadie quiere creer ni caer en la cuenta de que ciertamente algo está mal en esta evidente realidad.

Perfecto nido de amor entre los yuyos para el señor Derroche y la señora Contaminación