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Mercedes - Buenos Aires - Argentina - info@noticiasmercedinas.com
Actualizado 30/1/08 15:22

 

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30/01/08
Se fue Lorusso: homenaje con un relato inédito
Desde la Ciudad de Buenos Aires, Juan Guinot comparte un relato escrito el año pasado, a modo de homenaje hacia el personaje. Sus restos fueron velados y ya descansan en el cementerio municipal de Mercedes.

 

Basándose en el mítico comentario de los 5 goles de la “Loba” Bomaggio en un partido, el mercedino Juan Guinot escribió durante 2007 un relato que tiene algunas aristas interesantes y que describe algo de la vida de este “loco del pueblo” y personaje, Roberto Lorusso, que falleció en el día de ayer. Como homenaje, decidió enviarlo para compartir este momento especial. Los restos de Lorusso ya fueron velados y tras un paso por la Iglesia Catedral, ya descansa en el cementerio de Mercedes.

A continuación, el texto de Juan Guinot, quien obtuviera durante 2006 una mención de honor en un concurso de Relatos Breves de la Fundación Lebensohn, y en 2007 mereciera el segundo premio en el certamen “Amadís de Gaula”, de España.

 

Yo estuve ahí (Juan Guinot)

Estaba empecinado con emprender una tarea esclarecedora que diera por terminada una de disputa pueblerina: la mitad del pueblo decía haber estado presente en la goleada del Club Mercedes, de visitante, donde “La Loba” Bomaggio batió el récord provincial de cinco goles en un partido y la otra mitad se resistía a creerles.  

Me había hastiado de asistir diez largos años a las discusiones intestinas e irreconciliables que había creado un abismo entre los vecinos.

No había vermouth sin encarnizamiento de los parroquianos debido a este tema.

Confieso: yo no era neutral. Estaba absolutamente convencido que la gente decía haber estado donde nunca estuvo.

El año que exploté bregué con esfuerzo lógico y racional por amalgamar posiciones bajo dos tesinas de mi autoría.

La primera basada en leyes físicas promulgaba: es imposible que la mitad de la población de Mercedes (estimada por último censo en sesenta mil habitantes) haya entrado en una canchita de morondanga con capacidad para quinientos espectadores.

El segundo argumento de carácter empírico se apoyaba en mi simple observación: aquel domingo del partido, a media mañana, recordaba haber visto salir de la sede social del club al colectivo naranja del cabezón Cosi cargando a once jugadores, tres suplentes, el DT, cuatro o cinco gladiadores de la barra envueltos en jirones negro y blanco, más el Loco Lorusso. Era imposible que me lo olvide, el Loco esa mañana me hizo cagar de risa porque se la pasaba relatando un gol que había hecho el Negro Espinosa a Unidos de Zárate. El loco copiaba a Victor Hugo y decía “va Espinozza ta-ta-ta-taaaa Goool”. Lo hacía con un megáfono que interfería en el micrófono de la Catedral y más de un desprevenido, sumido en la liturgia, creyó se trataba de mensajes satánicos.

No logré convencerlos para finiquitar las disputas y, para peor, lejos de calmarlos, mis argumentos echaban más leña al fuego.

Los del bando “yo estuve ahí” cerraban filas con esquema espartano, escudándose en un relato calcado de como habían sido cada uno de los tantos que convirtió La loba. Nadie cambiaba un punto o una coma. Frente a esto, los del bando opositor respondían con catapultas de insultos.

No había solución y la década de la discordia mandaba entre los vecinos.

Empeñado en mostrar el yerro para dar por finalizado el tema y firmar de una buena vez el armisticio entre los mercedinos, hurgué durante días entre registros gráficos, televisivos, radiales y nada. Como todo se sabe en los pueblos chicos, corrió la bola sobre mis intereses investigativos y se me cerraron los grifos de las fuentes de información. Hasta los veteranos integrantes del plantel cruzaban de vereda cuando me reconocían.

Con la intención de hallar pistas o testigos, repasé la foto mental de las personas, la del domingo en que trepaban al estribo del colectivito naranja. Para mi sorpresa descubrí que al único a quien no había intentado entrevistar fue al Loco Lorusso. Recordaba perfectamente como lo había descartado, aferrado a mis ideas de llevar la ponencia a planos serios, desacredité su testimonio.

No perdí más tiempo, y para profundizar mis pericias sobre la línea investigativa, amanecía en la casa del Loco. Golpeé las manos unas siete veces y nadie. Un pequeño me dijo

- ¿Busca a Lorusso? Lo ví esta mañana, estaba en la puerta de la casa haciendo jueguitos con la pelota, mientras se afeitaba. Ya debe estar vendiendo rifas.

Encaré para el centro, tenía presente que el Loco Lorusso se instalaba en la esquina del Banco Provincia donde, entre acrobacias con el balón y batifondos de megáfono, vendía rifas a los paseantes.

Llegué al banco y ahí lo encontré. Estaba con la camiseta del Club Mercedes, una galera blanca y negra, pantalones pinzados y mocasines anchos como alpargatas. Iba y venía haciendo piques diagonales con la pelota sobre el asfalto de la avenida, encarajinando el tráfico que aguardaba pacientemente las maniobras del Loco. Cargaba un megáfono y restañaba las amígdalas al grito de gol.

Armado de paciencia me aposté en la vereda de enfrente para dejarlo terminar su jornada de rifas. Fui hasta el kiosco, compré una caja de Sugus confitado y tomé como buen augurio el haberme encontrado con un paquete atestado de confites celestes, los de ananá.

Mis prejuicios contra Lorusso mutaron. El tipo era un artista con la pelota y debo confesar que me cautivó su espíritu de clown. Como un niñito me senté en el cordón y disfruté del espectáculo del Loco.

Pasado el rato del disfrute, volví a ponerme las ropas de un indagador y afiné el oído para escuchar el relato propalado por el megáfono. Me quedé pasmado al escucharlo: todos los relatos de Lorusso eran un sinfín de los cinco goles de La Loba Bomaggio, esos que la mitad de la población decía haber visto en vivo y en directo.

Sin necesidad de hablar con él había dado en la tecla y, por fin, resuelto el asunto.

 

Para darle a la hipótesis carácter de ley repetí mi observación hasta el jueves. En esos cuatro días agoté el stock de sugus confitados del kiosquero.  Parado en la esquina soporté el frío, la lluvia y el asedio del Director del Hospital, conspicuo miembro del bando de los “yo estuve ahí”  

– ¿Qué está haciendo acá?

– Comiendo Sugus

– Ah sí, mejor cuídese el hígado – me aplicó el estilete de su lengua supina.

 

Con la verdad revelada, gocé esos cuatro días en silencio de las discusiones del vermouth en el Quilmes y, fuera del ruedo del escarnio, solo atiné a guiñarle un ojo al otro lado de la barra a Pocho quien seguro interpretó mal mi seña porque me suspendió el Gancia, y el saludo.

Mientras los escuchaba pensaba victorioso “cómo hablan al pedo, lo único que hacen es repetir el relato del Loco Lorusso, uno de los pocos testigos de la gesta goleadora de La Loba Bomaggio”.

El viernes, ya cansado de que Pocho no me habilitara Gancia, ni me saludara, tiré mi teoría en tono resueltamente acusatorio.

– Escuchen bien, ninguno de ustedes estuvo allí. A ustedes se les metió en el inconsciente el relato de Lorusso. El tipo es una radio. Desde hace diez años martilla sin que se den cuenta, por eso creen que estuvieron ese día en el partido. Es como el efecto de la publicidad subliminal –acabé mi breve exposición y redondeé un gesto de soberbia cientificista.

La idea de ser sometidos por la verba de un loco no le gustó a nadie. El silencio dominó la mesa y la ignorancia cubrió mi cuerpo.

Pocho fue el único que me entendió, o por lo menos entendió mi esfuerzo por aclarar las cosas y superarlas de una buena vez para así pasar a otro tema. Al salir me estiró un platito con aceitunas sin carozo. Pinché solo una y preso de la ignominia salí a la calle.

Nunca comprendí qué le pasó a la gente ese viernes, pero coincidente con el momento de mi revelación nadie más volvió a hablar ni de ese tema ni de cualquier otro tema. El silencio ocupó el día; el aire era más denso y lúgubre que el de los Viernes Santos. No me sentí nada cómodo viviendo en ese maremagnum de angustia.

 

El sábado a primera hora de la mañana salí a pasear el perro y descubrí que la gente volvía a sus tertulias en la calle. “Ya se les pasó”, pensé, “fue sólo un día”. “Es doloroso reconocer los errores y qué bueno, mis vecinos han crecido”.

Al pasar cerca de dos jubilados piamonteses los hallé ensalzados en una discusión y me desmoroné cuando logré escuchar la misma cantinela de siempre: “Ecuchame, io stuve en la cancha el día qui la Loba Bomaggio metió los chincue gole”. “Porca miseria, qué vastar, no me vengá con bolasos”, retrucó el otro. Miré dentro de la panadería y los clientes discutían de manera acalorada, sobre el tema de si estuvieron o no el día de los cinco goles de La Loba.

No lo podía creer, la ciudad volvía a la disputa.

El diariero me encontró cabizbajo, con el perro tironeándome de la correa. Me entregó el periódico del sábado, como lo hacía cada jornada y salió derrapando premura con bicicleta para cumplir con el reparto antes de la hora del desayuno.

Ya sin ganas y abatido, porque tanto esfuerzo esclarecedor había sido en vano, miré la tapa del periódico. En la portada había una foto del Director del Hospital. El título decía: “Momentos que nunca olvidaré, un repaso por mi vida”. El galeno floreaba historias y anécdotas personales; la nota era de las típicas hechas en el pueblo con homenajes en vida. Recorrí el primer párrafo y casi me quedo seco cuando a renglón siguiente leí:

Uno de los momentos más fuertes de mi vida fue cuando tuve que volver volando desde la cancha ni bien terminó el partido, el día que La Loba Bomaggio hizo los cinco goles. Me habían llamado del hospital porque el vecino Lorusso había entrado la madrugada del domingo de urgencia. No sé como lo salvamos de la muerte.

 

Tiré el diario a la calle. Mi celada fue difuminada en un movimiento mediático. Había perdido la partida.

 

Cuando a las dos horas me subí al tren que me depositaría en Once, cargado con tres bolsos y las lágrimas irreversibles de mis padres, supe del destierro y su dolor.

Será difícil borrar ese momento de mi memoria: era muy cerca del mediodía y el tren salió media hora tarde; el Jefe de estación olvidó tocar la campana según mandaba el horario; a través de la ventanilla lo ví, el Jefe estaba en el bar y hacía aspavientos con los brazos frente a los rostros rubicundos de los demás feligreses. Agucé el oído  y llegué a escuchar cómo describía con lujos de detalles los cinco goles de La Loba Bomaggio, diez años atrás, cuando el Club Mercedes pasó al cuadro final del campeonato Regional.

 

 

 

 
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